por Rafael Torres
El centro de Tepic, me dicen, es territorio de las mujeres. Es cierto. Si uno se para en el corazón de la capital nayarita, ahí en donde nace la calle Veracruz, entre los portales de la plaza principal, podrá contar ocho hembras por cada macho que cruza el sitio hacia el mediodía.
El resto de la jornada no es diferente. Tepic, por el día, es la mítica Cihuatlán, aquella ciudad prehispánica cuya ubicación se pelean decenas de poblados en el Pacífico mexicano.
Las mujeres que habitan el primer cuadro de la ciudad de los rebozos son, por decirlo de alguna forma, una comunidad diversa. Gordas y delgadas, pequeñas o altas, rubias naturales o platinadas; morenas cenizas lo mismo que bronceadas, coras, huicholas, mestizas y hasta sajonas; las hay para todos los gustos.
No obstante, con la luz se va la fiesta y el regocijo de sus cuerpos, para dejar el mismo lúgubre paisaje que ofrecen los centros de cualquier urbe: basura, indigentes, borrachos y un acre olor a orines.
El centro de Tepic, esto lo digo yo, es territorio de las tortas de pierna. No es que los establecimientos que ofrecen tacos, pizzas y pollos rostizados hayan sido borrados de un plumazo, sino que las tortas son mayoría.
No se trata de una pierna jugosa y adobada como la que se acostumbra en Jalisco, ni de un emparedado condimentado y repleto de valores agregados como se usa en el centro del país. Es una torta de pierna de cerdo así nada más, cocida y reseca, pero aderezada de forma tal que no hay forma de decir que es mala.
También están las sincronizadas: una tortilla de harina, una untada de crema, una rebanada de jamón, una de queso amarillo, tres trozos de queso adobera, un puñado de la carne de cerdo, otra untada de crema, la tortilla que sirve de tapa y un brochazo de aceite sobre la plancha. Engullirlas es placentero.
En el interior de las torterías, por supuesto, hay piernas más jugosas y suculentas que las que se sirven en medio del pan. Esas siempre son mayoría. Aunque el sudor de la media tarde no ayuda para acrecentar la lúbrica imaginación de los pocos paseante varones, el panorama siempre es mejor cuando se contonean.
El centro de Tepic, he corroborado, es territorio de las mujeres. Pero también de los mendigos, de los milagros, de las falsas imitaciones y hasta de la tecnología más avanzada.
Un mudo canta a la mitad de la plaza principal. Su voz se asemeja más a un aullido que a la de Alejandro Fernández, a quien intenta imitar. Aun así no hay mayor popstar en los alrededores y, como El Potrillo, puede presumir que su club de fans está primordialmente formado por mujeres ansiosas; sí, aquellas que cruzan el corazón de la ciudad.
También hay un organillero, aunque el sonido que se escucha no viene del antiguo instrumento sino de un par de altavoces que se esconden en la falsa caja musical. Su espectáculo es incluso más amplio, al falso organillo añade su atavío: algunas veces está disfrazado de Bugs Bunny, otras más y para el regocijo de las nuevas generaciones de Pichachú.
Uno más de los personajes de este territorio es quizá un tecnómano más avezado que el mismísimo Bill Gates. Se trata de un militante perredista, capaz de hacer campaña después de las campañas políticas.
El representante del Sol Azteca llega cada mañana empujando una carretilla común y corriente, arengando con una grabación desde altavoces cónicos, similares a los que se colocaban en los patios de las primarias para hacer resonar el Himno Nacional. Las bocinas están conectadas a un obsoleto reproductor de cassette, pero el complejo sistema es alimentado de energía por un sofisticado y moderno panel de celdas solares.
El centro de Tepic es, sobre todo, un territorio que nos esconde el México de hace treinta o cuarenta años. Sus construcciones, casi todas, están deterioradas y sucias. Sus vialidades atestadas de camiones de modelos viejos y mal afinados. No hay transnacionales desvirtuando con sus luminosas marquesinas la arquitectura, pero tampoco hay un Starbucks donde consumir un café que nos sepa a rancio.
Sí, el corazón de Tepic palpita a un ritmo más lento que el de otras capitales del país. Pero dice el dicho que más vale paso que dure a trote que canse. Es un corazón apacible y delicado, es el corazón de las mujeres.
El resto de la jornada no es diferente. Tepic, por el día, es la mítica Cihuatlán, aquella ciudad prehispánica cuya ubicación se pelean decenas de poblados en el Pacífico mexicano.
Las mujeres que habitan el primer cuadro de la ciudad de los rebozos son, por decirlo de alguna forma, una comunidad diversa. Gordas y delgadas, pequeñas o altas, rubias naturales o platinadas; morenas cenizas lo mismo que bronceadas, coras, huicholas, mestizas y hasta sajonas; las hay para todos los gustos.
No obstante, con la luz se va la fiesta y el regocijo de sus cuerpos, para dejar el mismo lúgubre paisaje que ofrecen los centros de cualquier urbe: basura, indigentes, borrachos y un acre olor a orines.
El centro de Tepic, esto lo digo yo, es territorio de las tortas de pierna. No es que los establecimientos que ofrecen tacos, pizzas y pollos rostizados hayan sido borrados de un plumazo, sino que las tortas son mayoría.
No se trata de una pierna jugosa y adobada como la que se acostumbra en Jalisco, ni de un emparedado condimentado y repleto de valores agregados como se usa en el centro del país. Es una torta de pierna de cerdo así nada más, cocida y reseca, pero aderezada de forma tal que no hay forma de decir que es mala.
También están las sincronizadas: una tortilla de harina, una untada de crema, una rebanada de jamón, una de queso amarillo, tres trozos de queso adobera, un puñado de la carne de cerdo, otra untada de crema, la tortilla que sirve de tapa y un brochazo de aceite sobre la plancha. Engullirlas es placentero.
En el interior de las torterías, por supuesto, hay piernas más jugosas y suculentas que las que se sirven en medio del pan. Esas siempre son mayoría. Aunque el sudor de la media tarde no ayuda para acrecentar la lúbrica imaginación de los pocos paseante varones, el panorama siempre es mejor cuando se contonean.
El centro de Tepic, he corroborado, es territorio de las mujeres. Pero también de los mendigos, de los milagros, de las falsas imitaciones y hasta de la tecnología más avanzada.
Un mudo canta a la mitad de la plaza principal. Su voz se asemeja más a un aullido que a la de Alejandro Fernández, a quien intenta imitar. Aun así no hay mayor popstar en los alrededores y, como El Potrillo, puede presumir que su club de fans está primordialmente formado por mujeres ansiosas; sí, aquellas que cruzan el corazón de la ciudad.
También hay un organillero, aunque el sonido que se escucha no viene del antiguo instrumento sino de un par de altavoces que se esconden en la falsa caja musical. Su espectáculo es incluso más amplio, al falso organillo añade su atavío: algunas veces está disfrazado de Bugs Bunny, otras más y para el regocijo de las nuevas generaciones de Pichachú.
Uno más de los personajes de este territorio es quizá un tecnómano más avezado que el mismísimo Bill Gates. Se trata de un militante perredista, capaz de hacer campaña después de las campañas políticas.
El representante del Sol Azteca llega cada mañana empujando una carretilla común y corriente, arengando con una grabación desde altavoces cónicos, similares a los que se colocaban en los patios de las primarias para hacer resonar el Himno Nacional. Las bocinas están conectadas a un obsoleto reproductor de cassette, pero el complejo sistema es alimentado de energía por un sofisticado y moderno panel de celdas solares.
El centro de Tepic es, sobre todo, un territorio que nos esconde el México de hace treinta o cuarenta años. Sus construcciones, casi todas, están deterioradas y sucias. Sus vialidades atestadas de camiones de modelos viejos y mal afinados. No hay transnacionales desvirtuando con sus luminosas marquesinas la arquitectura, pero tampoco hay un Starbucks donde consumir un café que nos sepa a rancio.
Sí, el corazón de Tepic palpita a un ritmo más lento que el de otras capitales del país. Pero dice el dicho que más vale paso que dure a trote que canse. Es un corazón apacible y delicado, es el corazón de las mujeres.
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