La Jornada-Armando Bartra-Nadie merece morir a la mala. Pero uno se consuela tontamente pensando que nuestros muertos de cada día murieron por algo, por andar en negocios peligrosos, quizá. Hasta para los muertos en secuestros hay una razón, por sórdida que sea. Los muertos de Morelia, en cambio, son muertos gratuitos. Murieron porque sí, porque estaban ahí y alguien tenía que morir para que recibiéramos el mensaje.
Toda muerte impuesta nos ofende, pero las muertes del Grito rebasan el umbral, nos afrentan como especie. Y esto hace aún más despreciable el uso político que el gobierno federal y sus epígonos están dando a la masacre.
Porque los mexicanos, todos, salvo un puñado de criminales, estamos unidos desde hace rato en el repudio a la barbarie. Como lo estamos en la exigencia de que el Estado cumpla con su exclusiva e indeclinable responsabilidad de dar seguridad a la ciudadanía. Nadie, absolutamente nadie, ha escatimado su condena al progresivo baño de sangre.
¿A cuenta de qué, entonces, en su discurso del 16 de septiembre de apenas 700 palabras, Calderón se refirió 20 veces a la unidad y su antónimo, la división, metiendo en el costal de “traidores a la patria” tanto a criminales ciertos que tiran granadas a la muchedumbre, como a unos presuntos divisionistas y desestabilizadores que no conformes con “opinar distinto” también “atentan contra el Estado”?
Versión insostenible, aun si la repiten todos sus corifeos mediáticos, pues sugiere que la presente administración está fracasando en su “guerra contra la delincuencia”, no por sus torpezas, sino porque los mexicanos estamos divididos y muchos discrepamos del gobierno (con la misma lógica se argumenta que la economía no crece y la pobreza sí, porque los eternos inconformes bloquean la reforma energética).
El mensaje presidencial con motivo de la masacre de Morelia es claro y ominoso: olviden que las elecciones de 2006 fueron fraudulentas, no insistan más en que la reforma energética calderonista es privatizadora, dejen de criticar la militarización del país, pues de lo contrario serán cómplices de la delincuencia, serán “desestabilizadores”, serán “traidores a la patria”.
Más grave aún que sacar raja política de la tragedia, insinuando –una vez más– que la oposición representa “un peligro para México”, es que con este discurso se sigue evadiendo el verdadero problema de la seguridad ciudadana: la batalla contra el crimen organizado se perderá –como se está perdiendo– si no rescatamos al país del naufragio económico, político y moral al que lo han llevado las últimas administraciones; se perderá fatalmente si el gobierno sigue pensando que la solución no radica en ofrecer a los jóvenes un futuro esperanzador, sino en aumentar la capacidad de fuego del Estado y para esto en la iniciativa presupuestal para 2009 propone dar más dinero a la fuerza pública y menos al campo.
Bush no fue autor de los atentados del 11 de septiembre, pero los utilizó para legitimar su prepotencia militarista. Que no nos pase lo mismo.
Toda muerte impuesta nos ofende, pero las muertes del Grito rebasan el umbral, nos afrentan como especie. Y esto hace aún más despreciable el uso político que el gobierno federal y sus epígonos están dando a la masacre.
Porque los mexicanos, todos, salvo un puñado de criminales, estamos unidos desde hace rato en el repudio a la barbarie. Como lo estamos en la exigencia de que el Estado cumpla con su exclusiva e indeclinable responsabilidad de dar seguridad a la ciudadanía. Nadie, absolutamente nadie, ha escatimado su condena al progresivo baño de sangre.
¿A cuenta de qué, entonces, en su discurso del 16 de septiembre de apenas 700 palabras, Calderón se refirió 20 veces a la unidad y su antónimo, la división, metiendo en el costal de “traidores a la patria” tanto a criminales ciertos que tiran granadas a la muchedumbre, como a unos presuntos divisionistas y desestabilizadores que no conformes con “opinar distinto” también “atentan contra el Estado”?
Versión insostenible, aun si la repiten todos sus corifeos mediáticos, pues sugiere que la presente administración está fracasando en su “guerra contra la delincuencia”, no por sus torpezas, sino porque los mexicanos estamos divididos y muchos discrepamos del gobierno (con la misma lógica se argumenta que la economía no crece y la pobreza sí, porque los eternos inconformes bloquean la reforma energética).
El mensaje presidencial con motivo de la masacre de Morelia es claro y ominoso: olviden que las elecciones de 2006 fueron fraudulentas, no insistan más en que la reforma energética calderonista es privatizadora, dejen de criticar la militarización del país, pues de lo contrario serán cómplices de la delincuencia, serán “desestabilizadores”, serán “traidores a la patria”.
Más grave aún que sacar raja política de la tragedia, insinuando –una vez más– que la oposición representa “un peligro para México”, es que con este discurso se sigue evadiendo el verdadero problema de la seguridad ciudadana: la batalla contra el crimen organizado se perderá –como se está perdiendo– si no rescatamos al país del naufragio económico, político y moral al que lo han llevado las últimas administraciones; se perderá fatalmente si el gobierno sigue pensando que la solución no radica en ofrecer a los jóvenes un futuro esperanzador, sino en aumentar la capacidad de fuego del Estado y para esto en la iniciativa presupuestal para 2009 propone dar más dinero a la fuerza pública y menos al campo.
Bush no fue autor de los atentados del 11 de septiembre, pero los utilizó para legitimar su prepotencia militarista. Que no nos pase lo mismo.
1 comentario:
te felicito por la nota, hasta que leo algo coherente en este estado de locura en el que vivimos.
Patricia Avellaneda
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